Opinión

A ser crítico se aprende

Educamos a nuestros hijos en la obediencia. La obediencia a nuestros mandatos y reglas; obediencia a la maestra; obediencia a las leyes que rigen nuestra convivencia, a las normas de educación y urbanidad. Y hacemos bien. Pero debiéramos a la vez instruirles en cierta indisciplina y resistencia porque gracias a ellas serán hombres y mujeres libres. Debemos fomentar en ellos el escepticismo y el espíritu crítico que son preludio de la reflexión, antesala de la opugnación, y estas, enemigas de cualquier sumiso acatamiento. Todo escepticismo supone tomarse un cierto distanciamiento respecto de una proposición, como el pintor que se aleja del trazo puesto por su mano para medir su efecto; la mirada crítica es contraria a cualquier cesión o entrega, en espera de que la razón haga acto de presencia y ponga las cosas en su sitio. A ser crítico se aprende; de hecho, en Estados Unidos hay un sistema pedagógico muy apreciado (denominado ‘critical thinking’) que cultiva en los alumnos el pensamiento analítico.

Sería un buen comienzo, por ejemplo, enseñar a nuestros hijos a pensar por ellos mismos y no al dictado de aquellas instancias –plutocracia, poder político– que diseñan qué pensar, qué desear, qué decir; que aprendan a no aceptar aquello cuya razón de subsistencia radica en la sola fuerza sin vida de la inercia, aquello de que siempre se ha hecho así; esa es la excusa de la claudicación perezosa ante el esfuerzo que toda innovación requiere. En las sociedades más inmovilistas, férreamente ancladas en sus tradiciones, resulta proscrito quien osa apartarse de ellas. Hay que fomentar la tentación iconoclasta de lo admitido que ha devenido inservible o contrario a la razón. No es que cualquier iconoclastia sea defendible y ventajosa, pero sí es cierto que muchos avances de la humanidad han exigido un cierto nivel de ruptura y heterodoxia. Y ello con dolor y cierta inmolación ya que contra el heterodoxo siempre se ha reaccionado con mirada xenofóbica, que es miedo al diferente y es también ‘horror vacui’, porque el hereje nos despoja de las verdades transitorias con las que vivíamos en el sosiego improductivo.

La ciencia, reducto de sólidas verdades, avanza gracias a sucesivos “desmentidos”, y lo que era verdad para muchos y por mucho tiempo, deja de serlo cuando aparece un Galileo heterodoxo con una nueva verdad que viene a sustituir a la anterior.

“Contra el heterodoxo siempre se ha reaccionado con mirada xenofóbica, con miedo al diferente”

Aprendamos del científico y del artista que, disconformes con el mundo que hemos heredado, sueñan –o saben soñar– con nuevos mundos; como dice Maffei, ellos se atreven a tener pensamientos nuevos e irreverentes que rompen con el estado de cosas producto de un pensamiento aburguesado e indolente. Esa disconformidad, fuente de una sana desobediencia, es motor del progreso. Es, en definitiva, una invitación a la rebeldía. Incluso el Derecho no está concebido para la conformidad, sino para la rebeldía.

“Sapere aude”, atrévete a saber, se decía en la Ilustración. Atrévete a pensar, a pensar por ti mismo y a equivocarte y levantarte de nuevo; al menos eres tú, señor de ti mismo, dueño de tu voz. Es la rebelión de la razón que un día se alzó contra la niebla y el oscurantismo.

Por eso, nada más triste que ver a los diputados de nuestro Congreso comulgar acríticamente con el pensamiento único dictado por el partido correspondiente, votar según mandato, sin pensamiento propio, despojados de todo criterio, vaciados de sí mismos para ser la voz del amo, coral de voces uniformes, sin luz propia; no hay lugar para la crítica, para el disenso, para ser uno mismo. Obediencia ‘pane lucrando’, como si de un credo religioso se tratase, tributario de una fe absurda en el líder, en el aparato, diga lo que diga. Es, a mi juicio, un mal entendimiento de lo que es la política, de lo que es la lealtad. La lealtad a una idea o a una persona no debe ser un ejercicio de entrega y vasallaje. La verdadera lealtad implica también crítica cuando esta sale en busca de la verdad, porque entonces dignifica. Dice Harold Laski que “una lealtad saludable ni es pasiva ni complaciente, es activa y crítica”.

Invitar a la desobediencia es, en definitiva, invitar a la rebeldía, para decir no cuando la razón y la justicia nos lo exigen. Rebelarse, rebelarse incluso contra la muerte, que es injusta e inoportuna, aunque sepamos que hemos de morir en el intento, pero que al menos se sepa que es contra nuestra voluntad.

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